viernes, 30 de abril de 2010

ÁFRICA, UN CONTINENTE CAUTIVADOR

Lo primero que percibes cuando bajas las escalerillas del avión en el aeropuerto de Dakar –capital de Senegal- es un olor intenso, un olor nuevo que tu sentido del olfato no reconoce, un olor que lo impregna todo, al igual que la humedad que hace que sudes por todos los poros de tu piel.
Un viaje en bicicleta, y más aún si es por las carreteras y pistas arenosas del continente africano, es una aventura. No adquiere los tintes dramáticos y heroicos de expediciones de finales del siglo XIX y principios del XX, pero se convierte en una experiencia única, que invita a exprimir al máximo cada segundo, cada paisaje, cada conversación con los lugareños.
La bicicleta, esa amiga y compañera inseparable de los cicloturistas, te permite establecer una relación mucho más estrecha, real y enriquecedora con el entorno que te rodea, brindándote momentos que quedarán grabados en tu retina y corazón para siempre.
Lo que caracteriza al africano es su hospitalidad y amabilidad con el viajero, su perplejidad y curiosidad ante el cicloturista, su inocencia e ingenuidad frente a la vida.
En África todo es diferente. Suena a tópico y lo hemos escuchado alguna vez, pero la luz africana es especial, adquiere tonos no contemplados en ninguna otra parte del mundo, sobre todo al alba y en el crepúsculo.
La lucha por la supervivencia del hombre se manifiesta en superlativo, y es que el hambre, la necesidad, la enfermedad, la desigualdad, la corrupción, son palpables y cercanos, y en alguna ocasión el destino te invita a participar de esa lucha.
Todas esas sensaciones, difíciles de reflejar en unos renglones, son las que te cautivan y atrapan, las que hacen que al subir al avión de regreso al “primer mundo” quieras quedarte, quieras que se detenga el tiempo y todo vuelva a comenzar. Así es África.


Rodeada de niñas en la ciudad de Saint Louis, Senegal

Descanso y tertulia arrimados a una buena sombra, Gambia

Raquel Domínguez Pérez

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